“Dicen que morir es como volver a casa, regresar a ese todo al que realmente se pertenece después del viaje de aprendizaje que supone la vida material en la tierra. Que la muerte no es el final sino un nuevo comienzo en un más allá que apenas alcanzamos a imaginar… 
No puedo tener certeza de la existencia de ese más allá, no sé dónde está mi madre ahora, ni siquiera puedo saber si ella sigue estando de algún modo, de lo que sí estoy segura es de mi dolor y de que su muerte definitivamente es también la muerte del mundo en el que había vivido hasta entonces. Ahora yo, en esa otra muerte, debía regresar a casa y encontrarme con el vacío que ella había dejado. Una presencia ausente, (im)permanente"
Impermanente propone un espacio poético que comparte a su espectador los relatos íntimos de una familia que ha sufrido la pérdida de uno de sus miembros. Esta palabra alude a lo efímero, a una negación de lo perenne y lo perdurable en la que está implícito precisamente lo que se quiere anular: aquello que permanece, lo eterno. 

Cuando un ser querido muere no “se va” sino que “se queda” de otra forma: a través de su ausencia, un recuerdo constante de una presencia ya perdida, a la que nos negamos rotundamente a dejar ir.  La presencia de la muerte, manifestada en la ausencia, se evidencia de manera especial en los lugares que se habitaron junto a ese ser amado y de forma más específica en la casa, pues allí es donde quedan las huellas materiales de su paso por el mundo y los recuerdos de su ser y hacer cotidianos que, en últimas, son la vida en su expresión más sencilla y esencial.
Impermanente
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